Dónde conseguir mis novelas

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sábado, 8 de marzo de 2014

Deseo Sombrío-Cathryn de Bourgh

Deseo Sombrío
Mi última novela erótica con toques de misterio y suspenso.
Un matrimonio en crisis, una familia victoriana y un tercero en discordia. La esposa insatisfecha, el marido soñado y el amante diabólico. Los tres se verán envueltos en un triángulo amoroso que tendrá un final insospechado.
Ella solo quería escapar de la rutina, y un matrimonio que caminaba lentamente al abismo, y lo conoció a él: Brent Ferguson: guapo, misterioso e intensamente sensual y juntos vivirán una aventura sexual que la llevará a los límites del placer y la desesperación...
Pero él quiere algo más que una aventura y no aceptará que Kate lo mande a paseo cuando la situación se le haga difícil de sobrellevar.
Porque las historias de amor comienzan como un sueño pero pueden convertirse en una pesadilla. 
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Extracto Primer Capítulo

Deseo Sombrío

Cathryn de Bourgh



1. Navidad

Cada vez que visitaba la mansión de la familia Bentley; con su esposo John, en Yorkshire, Kate tenía la sensación de viajar en el tiempo. Los árboles; el caserío inmenso,  antiguo y sombrío le provocaba escalofríos. Pero era navidad maldita sea, no podía escapar a pasar con ellos ese día.
La joven suspiró mientras su esposo aceleraba. Rubio, alto, y muy guapo, al principio pensó que habría vivido hasta con el mismo diablo para complacerle, pues era un hombre tan bueno, pero ahora, casi cuatro después su entusiasmo y espíritu de sacrificio habían menguado.  Soportar a los Bentley era más que una prueba de amor, visitar a esa familia se había convertido en una verdadera tortura para ella. No le tenían aprecio, parecían susurrar a sus espaldas. “Demasiado delgada, estará anoréxica?” Se pinta como ramera. Usa faldas muy cortas, es una coqueta. ¿Será estéril? Las mujeres tan delgadas lo son, un problema hormonal, dicen…”
Esos comentarios malignos resonaban en su mente.
Claro, para ser fértil había ser una rubia Bentley como Meg, casada con Fred, que tenía cuatro niños y era tan gorda que Kate sentía vértigo cada vez que se sentaba a su lado.
No era su gordura por supuesto, tenía amigas rollizas que eran una monada de alegres y simpáticas, pero esas Bentley eran gordas y malvadas.
Algo había en esa mansión campestre que las engordaba y volvía así, malignas y soberbias.
Afortunadamente ella era anoréxica. O eso decían que era.
Cuando entraron al recinto principal de la mansión, luego de ser perseguidos por un  buen número de galgos ladradores y cargosos, Kate Bentley posó sus inmensos ojos grises en la matrona de la familia. Lady Rose Bentley.  Gruesa, blanca y de grandes ojos oscuros sentía debilidad por su nieto John y este la veneraba más que a su madre, la apocada Sophie. Menuda y rubia, lucía siempre impecable como el resto de la familia pero al saludarles no podía evitar ese sentimiento y embarazo e incomodidad.
—Hola querida, ¡qué bella estás! Espléndida, siempre tan elegante—dijo lady Rose.
Ella sonrió y aparecieron los primos de John, todos rubios altos y muy guapos. Excepto uno. Brent.
La presencia de Brent la puso aún más nerviosa. Era un hombre que vestía siempre trajes caros, oscuros y un perfume fuerte, dulce. Vivía hablando por  celular manejando sus negocios de forma constante y era el que menos encajaba en esa casa y en esa familia. Hablaba de acciones, dinero, herencias y lady Rose llegó a decir en voz baja que era vulgar. Su nieto. Si hablaba así de Brent, pues ¿qué no diría de ella? Que no era de la familia más que por accidente. Kate sabía que la detestaban pero fingían cortesía por educación.
—Ven, acércate querida. Acaso… ¿Estás encinta? Te noto algo rara, como si…
Kate enrojeció furiosa, estaba saludando a Brent y a sus primos, no soportaba que dijera esas cosas. ¡Dios bendito! ¡Recién había llegado y sentía deseos de salir corriendo!
John salió en su defensa.
—Todavía no abuela, pero ya vendrá. El primero siempre se hace desear—dijo.
Se miraron en silencio. Llevan días, meses, años buscando un bebé, Kate se moría por ser madre y lo único gratificante de esas reuniones eran los niños. Los hijos de la hermana de John y de sus primos, de edades diversas y hasta había dos bebés ese año. Hermosos. Mary y Andrew. Ella sintió un gozo casi doloroso al estar cerca de esos bebés, sufría por no tener un niño, se había casado por esa razón. Tener una familia numerosa y un esposo amoroso, complaciente. Desgraciadamente no le alcanzaba tener lo segundo.
Kate Bentley tenía una carrera moderna en publicidad, no la atraía la universidad así que hizo un curso rápido para conseguir un buen trabajo en lo que le gustaba: diseño creativo publicitario. Trabajaba seis horas diarias y descansaba los fines de semana. Su jefe, el señor Richards era despótico y en ocasiones intentaba estresarla pero no lo conseguía. Podía dejar ese trabajo en cualquier momento y conseguir uno mejor, y en cuanto quedara embarazada lo haría.
Uno de los espejos de la sala principal, estilo rococó reflejó a los presentes sentados alrededor de la inmensa mesa tubular. Eran como la familia victoriana: conservadores, serios y refinados. Su apellido y la historia familiar era ilustre y en esa sala había un cuadro de la reina Victoria conversando con una Bentley, una amiga íntima… Podía imaginarlo. La dama rubia y gruesa, de cara muy redonda tenía la misma expresión fría y soberbia de lady Rose.
Pero el espejo parecía mostrarla a ella: triste, angustiada y a Brent, observándola.
Al notarlo apartó la mirada, sin embargo esos ojos volvieron a seguirla, sin que se diera cuenta.
Luego llegó el tradicional brindis, los regalos para los niños y un griterío que solo Kate disfrutó. La cara de Brent se transformó, detestaba a las criaturas y era un solterón consumado. Alguien había mencionado que era homosexual y ella se preguntó si realmente lo era, pues la había mirado de forma especial. El día de su  boda. Brent le fue presentado, no lo conocía. Al parecer no lo querían, decían que era vulgar y que solo pensaba en el dinero. Kate recordó la fiesta, la noche de bodas en el hotel más caro de Londres. Estaba cansada y tenía los pies lastimados por los tacos altos, había bailado toda la noche y lo que menos quería entonces era tener sexo. Era de rigor  hacerlo, aunque lo hicieron mucho antes y después. No fue especial, fue una simple obligación. Soy tu esposa y debo dormir contigo y darte los gustos aunque rara vez me divierta o emocione hacerlo.
Recordó esos primeros tiempos con cierta nostalgia. No sabía qué le pasaba… Era navidad y no estaba contenta, habría deseado pasar con sus padres y hermanos en Canterbury, pero era de rigor que todos los Bentley se reunieran en navidad, todos los años igual. Como resultado las navidades le resultaban tediosas y hasta depresivas.
El reiterado brindis con champagne le provocó una rara somnolencia y cuando esa noche él atrapó su cuerpo menudo pensó “es navidad, tal vez si lo hacemos logre quedar embarazada, es una fecha tan especial…”
Y con ese pensamiento se animó al sentir que la desnudaba deprisa. La excitación de John, su deseo la hacía humedecer. Era un hombre guapo, fuerte y le gustaba hacerlo con él y esa noche se propuso enloquecerlo dándole las caricias que tanto le gustaban. Debía excitarlo, hacer que su semen espeso entrara en ella y le hiciera un bebé, no soñaba con otra cosa y las noches que esperaban conseguirlo eran las más placenteras.
—Así nena, más duro, así…—pidió él hundiendo su miembro un poco más en sus labios húmedos y excitados. Kate movió su boca a su ritmo y él creyó que perdería la cabeza, pero era tan placentero. Adoraba cuando ella se convertía en una gata en celo, en ocasiones lo ignoraba por días y semanas pero cuando quería sexo porque soñaba con un bebé, era una verdadera hembra y lo volvía loco como en esos momentos. Acarició sus cabellos y tocó esos labios y la vio, arrodillada ante él con su cuerpo esbelto pero con tentadoras curvas.  Era tan hermosa… sus manos tocaron sus pechos y siguieron más allá hasta alcanzar los delicados pliegues de su vagina pequeña, estrecha. Adoraba ese rincón y sufría por devorarlo pero ahora le gustaba verla así y la apretó un poco más sabiendo que no podría detener más tiempo su placer.
Pero Kate no quería hacerlo así, no le gustaba, quería que acabara en su cuerpo y se apartó despacio tendiéndose en la cama.
John sufrió al ver que se alejaba de él, estaba hirviendo y notó que sonreía mientras abría sus piernas para tener su recompensa.
—Ven aquí perrito, entra aquí y hazme un bebé, lo merezco ¿no crees?—le dijo y sonrió provocativa y él no se detuvo en caricias sino que atrapó su sexo con la desesperación de un preso, hundiendo su boca cada vez más con feroces lamidas. Kate acarició su cabeza mientras gemía y sentía que todo estallaba a su alrededor. Pero él no se detendría hasta dejarla exhausta esa noche y luego de rogarle que le hiciera un bebé él entró en ella como un demonio arrancándole un grito que debió ahogar con su boca.
—SCH mi amor, pueden oírnos. Sabes que no está permitido follar en navidad—le advirtió él.
Ella sonrió y gimió al sentir que la inundaba con su simiente y casi rogó que el señor le diera un hijo esa noche. ¡Lo deseaba tanto!
Pero nunca lo hacían más de una vez. Ignoraba la razón pero John se excitaba al comienzo y parecía desesperado pero luego… sospechaba que padecía algún problema que no quería atenderse.
“Feliz navidad Kate” le susurró. Ella lo miró y notó que se quedaba dormido.
De pronto pensó en las palabras de su madre “deja de obsesionarte Kate, ya llegará el bebé, cuando menos lo esperes”.
Y tardó en dormirse, no comprendía por qué si todos tenían niños, sus primas, y las mujeres Bentley… Ella se había sometido a estudios, habían ido a un clínica privada para intentar una inseminación artificial y sin embargo allí estaba: desesperada por ser madre, temiendo ser estéril o…

Se sentía insatisfecha.