Mi última novela erótica con toques de misterio y suspenso.
Un matrimonio en crisis, una familia victoriana y un tercero en discordia. La esposa insatisfecha, el marido soñado y el amante diabólico. Los tres se verán envueltos en un triángulo amoroso que tendrá un final insospechado.
Ella solo quería escapar de la rutina, y un matrimonio que caminaba lentamente al abismo, y lo conoció a él: Brent Ferguson: guapo, misterioso e intensamente sensual y juntos vivirán una aventura sexual que la llevará a los límites del placer y la desesperación...
Pero él quiere algo más que una aventura y no aceptará que Kate lo mande a paseo cuando la situación se le haga difícil de sobrellevar.
Porque las historias de amor comienzan como un sueño pero pueden convertirse en una pesadilla.
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Extracto Primer Capítulo
Deseo Sombrío
Cathryn
de Bourgh
1. Navidad
Cada vez que visitaba la mansión de la familia Bentley; con su esposo
John, en Yorkshire, Kate tenía la sensación de viajar en el tiempo. Los árboles;
el caserío inmenso, antiguo y sombrío le
provocaba escalofríos. Pero era navidad maldita sea, no podía escapar a pasar
con ellos ese día.
La joven suspiró mientras su esposo aceleraba. Rubio, alto, y muy
guapo, al principio pensó que habría vivido hasta con el mismo diablo para
complacerle, pues era un hombre tan bueno, pero ahora, casi cuatro después su
entusiasmo y espíritu de sacrificio habían menguado. Soportar a los Bentley era más que una prueba
de amor, visitar a esa familia se había convertido en una verdadera tortura
para ella. No le tenían aprecio, parecían susurrar a sus espaldas. “Demasiado
delgada, estará anoréxica?” Se pinta como ramera. Usa faldas muy cortas, es una
coqueta. ¿Será estéril? Las mujeres tan delgadas lo son, un problema hormonal,
dicen…”
Esos comentarios malignos resonaban en su mente.
Claro, para ser fértil había ser una rubia Bentley como Meg, casada con
Fred, que tenía cuatro niños y era tan gorda que Kate sentía vértigo cada vez
que se sentaba a su lado.
No era su gordura por supuesto, tenía amigas rollizas que eran una
monada de alegres y simpáticas, pero esas Bentley eran gordas y malvadas.
Algo había en esa mansión campestre que las engordaba y volvía así,
malignas y soberbias.
Afortunadamente ella era anoréxica. O eso decían que era.
Cuando entraron al recinto principal de la mansión, luego de ser
perseguidos por un buen número de galgos
ladradores y cargosos, Kate Bentley posó sus inmensos ojos grises en la matrona
de la familia. Lady Rose Bentley. Gruesa, blanca y de grandes ojos oscuros
sentía debilidad por su nieto John y este la veneraba más que a su madre, la
apocada Sophie. Menuda y rubia, lucía siempre impecable como el resto de la
familia pero al saludarles no podía evitar ese sentimiento y embarazo e
incomodidad.
—Hola querida, ¡qué bella estás! Espléndida, siempre tan elegante—dijo
lady Rose.
Ella sonrió y aparecieron los primos de John, todos rubios altos y muy
guapos. Excepto uno. Brent.
La presencia de Brent la puso aún más nerviosa. Era un hombre que
vestía siempre trajes caros, oscuros y un perfume fuerte, dulce. Vivía hablando
por celular manejando sus negocios de
forma constante y era el que menos encajaba en esa casa y en esa familia.
Hablaba de acciones, dinero, herencias y lady Rose llegó a decir en voz baja
que era vulgar. Su nieto. Si hablaba así de Brent, pues ¿qué no diría de ella?
Que no era de la familia más que por accidente. Kate sabía que la detestaban
pero fingían cortesía por educación.
—Ven, acércate querida. Acaso… ¿Estás encinta? Te noto algo rara, como
si…
Kate enrojeció furiosa, estaba saludando a Brent y a sus primos, no
soportaba que dijera esas cosas. ¡Dios bendito! ¡Recién había llegado y sentía
deseos de salir corriendo!
John salió en su defensa.
—Todavía no abuela, pero ya vendrá. El primero siempre se hace
desear—dijo.
Se miraron en silencio. Llevan días, meses, años buscando un bebé, Kate
se moría por ser madre y lo único gratificante de esas reuniones eran los
niños. Los hijos de la hermana de John y de sus primos, de edades diversas y
hasta había dos bebés ese año. Hermosos. Mary y Andrew. Ella sintió un gozo
casi doloroso al estar cerca de esos bebés, sufría por no tener un niño, se
había casado por esa razón. Tener una familia numerosa y un esposo amoroso,
complaciente. Desgraciadamente no le alcanzaba tener lo segundo.
Kate Bentley tenía una carrera moderna en publicidad, no la atraía la
universidad así que hizo un curso rápido para conseguir un buen trabajo en lo
que le gustaba: diseño creativo publicitario. Trabajaba seis horas diarias y
descansaba los fines de semana. Su jefe, el señor Richards era despótico y en
ocasiones intentaba estresarla pero no lo conseguía. Podía dejar ese trabajo en
cualquier momento y conseguir uno mejor, y en cuanto quedara embarazada lo
haría.
Uno de los espejos de la sala principal, estilo rococó reflejó a los
presentes sentados alrededor de la inmensa mesa tubular. Eran como la familia
victoriana: conservadores, serios y refinados. Su apellido y la historia
familiar era ilustre y en esa sala había un cuadro de la reina Victoria
conversando con una Bentley, una amiga íntima… Podía imaginarlo. La dama rubia
y gruesa, de cara muy redonda tenía la misma expresión fría y soberbia de lady
Rose.
Pero el espejo parecía mostrarla a ella: triste, angustiada y a Brent,
observándola.
Al notarlo apartó la mirada, sin embargo esos ojos volvieron a
seguirla, sin que se diera cuenta.
Luego llegó el tradicional brindis, los regalos para los niños y un
griterío que solo Kate disfrutó. La cara de Brent se transformó, detestaba a
las criaturas y era un solterón consumado. Alguien había mencionado que era
homosexual y ella se preguntó si realmente lo era, pues la había mirado de
forma especial. El día de su boda. Brent
le fue presentado, no lo conocía. Al parecer no lo querían, decían que era
vulgar y que solo pensaba en el dinero. Kate recordó la fiesta, la noche de
bodas en el hotel más caro de Londres. Estaba cansada y tenía los pies lastimados
por los tacos altos, había bailado toda la noche y lo que menos quería entonces
era tener sexo. Era de rigor hacerlo,
aunque lo hicieron mucho antes y después. No fue especial, fue una simple
obligación. Soy tu esposa y debo dormir contigo y darte los gustos aunque rara
vez me divierta o emocione hacerlo.
Recordó esos primeros tiempos con cierta nostalgia. No sabía qué le
pasaba… Era navidad y no estaba contenta, habría deseado pasar con sus padres y
hermanos en Canterbury, pero era de rigor que todos los Bentley se reunieran en
navidad, todos los años igual. Como resultado las navidades le resultaban
tediosas y hasta depresivas.
El reiterado brindis con champagne le provocó una rara somnolencia y
cuando esa noche él atrapó su cuerpo menudo pensó “es navidad, tal vez si lo
hacemos logre quedar embarazada, es una fecha tan especial…”
Y con ese pensamiento se animó al sentir que la desnudaba deprisa. La
excitación de John, su deseo la hacía humedecer. Era un hombre guapo, fuerte y
le gustaba hacerlo con él y esa noche se propuso enloquecerlo dándole las
caricias que tanto le gustaban. Debía excitarlo, hacer que su semen espeso
entrara en ella y le hiciera un bebé, no soñaba con otra cosa y las noches que
esperaban conseguirlo eran las más placenteras.
—Así nena, más duro, así…—pidió él hundiendo su miembro un poco más en
sus labios húmedos y excitados. Kate movió su boca a su ritmo y él creyó que
perdería la cabeza, pero era tan placentero. Adoraba cuando ella se convertía
en una gata en celo, en ocasiones lo ignoraba por días y semanas pero cuando
quería sexo porque soñaba con un bebé, era una verdadera hembra y lo volvía
loco como en esos momentos. Acarició sus cabellos y tocó esos labios y la vio,
arrodillada ante él con su cuerpo esbelto pero con tentadoras curvas. Era tan hermosa… sus manos tocaron sus pechos
y siguieron más allá hasta alcanzar los delicados pliegues de su vagina
pequeña, estrecha. Adoraba ese rincón y sufría por devorarlo pero ahora le
gustaba verla así y la apretó un poco más sabiendo que no podría detener más
tiempo su placer.
Pero Kate no quería hacerlo así, no le gustaba, quería que acabara en
su cuerpo y se apartó despacio tendiéndose en la cama.
John sufrió al ver que se alejaba de él, estaba hirviendo y notó que
sonreía mientras abría sus piernas para tener su recompensa.
—Ven aquí perrito, entra aquí y hazme un bebé, lo merezco ¿no crees?—le
dijo y sonrió provocativa y él no se detuvo en caricias sino que atrapó su sexo
con la desesperación de un preso, hundiendo su boca cada vez más con feroces
lamidas. Kate acarició su cabeza mientras gemía y sentía que todo estallaba a
su alrededor. Pero él no se detendría hasta dejarla exhausta esa noche y luego
de rogarle que le hiciera un bebé él entró en ella como un demonio arrancándole
un grito que debió ahogar con su boca.
—SCH mi amor, pueden oírnos. Sabes que no está permitido follar en
navidad—le advirtió él.
Ella sonrió y gimió al sentir que la inundaba con su simiente y casi
rogó que el señor le diera un hijo esa noche. ¡Lo deseaba tanto!
Pero nunca lo hacían más de una vez. Ignoraba la razón pero John se
excitaba al comienzo y parecía desesperado pero luego… sospechaba que padecía
algún problema que no quería atenderse.
“Feliz navidad Kate” le susurró. Ella lo miró y notó que se quedaba
dormido.
De pronto pensó en las palabras de su madre “deja de obsesionarte Kate,
ya llegará el bebé, cuando menos lo esperes”.
Y tardó en dormirse, no comprendía por qué si todos tenían niños, sus
primas, y las mujeres Bentley… Ella se había sometido a estudios, habían ido a
un clínica privada para intentar una inseminación artificial y sin embargo allí
estaba: desesperada por ser madre, temiendo ser estéril o…
Se sentía insatisfecha.